09 marzo 2015

Conociendo a Ravel

De un compositor nos queda su música, pero detrás de las notas siempre hay una historia personal. Quizá la manera más directa de acercarse a esta historia sea a través de las propias palabras del autor y las de aquellos que le rodearon. Eso es precisamente lo que nos ofrece Arbie Orenstein en "A Ravel reader: Correspondence, articles,interviews".




A través de una recopilación de  346 cartas (la mayoría de Ravel, y algunas de sus correspondientes), 22 artículos del propio Ravel sobre actualidad musical y críticas y 30 entrevistas en medios de diversos países, descubrimos a una figura apasionante, marcada por el perfeccionismo y la autocrítica. Ravel se nos muestra como un artista abierto hacia las nuevas ideas, pero a su vez muy  independiente. Ambas cualidades quedan reflejadas en una carta fechada el 7 de Junio de 1916, esto es en plena primera guerra mundial, y  enviada desde el frente donde Ravel servía como conductor. En ella, mostrando una integridad sorprendente, Ravel separa el ámbito de artístico del ámbito político, y en respuesta a la propuesta del Comité Nacional para la Defensa de la Música Francesa de boicotear la música de sus enemigos escribe:


Un descanso obligatorio me permite por fin responder su carta informando de los estatutos de la Liga Nacional para la Defensa de la Música Francesa, que ha llegado a mí  con considerable retraso. Ruego que me disculpen por no haber contestado antes, pero varios traslados y deberes me han dejado poco tiempo hasta ahora.
Discúlpenme también por no poder adherirme a sus estatutos: habiéndolos estudiado con detenimiento, y su informe también, me siento incapacitado para hacerlo.
Por supuesto solo tengo elogios para su "obsesión por el triunfo de nuestra patria", que me ha obsesionado desde el comienzo de las hostilidades. En consecuencia, apruebo totalmente la "necesidad de actuar" que dio lugar a la Liga Nacional. Siento esta necesidad de acción tan intensamente que renuncié a la vida civil, aunque nada me obligaba a hacerlo[1].
Soy incapaz de estar de acuerdo con ustedes cuando afirman como principio que “el papel del arte de la música es económico y social.” Yo nunca he considerado a la música, o a ninguna de las artes, de esa manera.
(…)
No creo que “para salvaguardar nuestra herencia artística nacional” sea necesario “prohibir la interpretación pública en Francia de obras Alemanas y Austríacas contemporáneas que no sean todavía de dominio público”
“Si es impensable para nosotros y para futuras generaciones repudiar las obras maestras clásicas, que constituyen uno de los monumentos inmortales de la humanidad”, cuánto menos deberíamos “descartar por un largo tiempo” obras interesantes, que algún día pueden ser contadas entre los monumentos, y de las cuales podemos aprender importantes lecciones mientras tanto.
Sería peligroso para los compositores francés ignorar sistemáticamente la producción de su colegas extranjeros, y así convertirse en una clase de  camarilla nacional: nuestro arte musical, que es tan rico en la actualidad, pronto degeneraría, convirtiéndose aislado en fórmulas banales.
Para mí tiene poca importancia que el señor Schoenberg, por ejemplo, sea de nacionalidad austríaca. Esto no le impide ser un músico extraordinario, cuyos interesantes descubrimientos han tenido una influencia beneficiosa en ciertos compositores aliados, incluso en los nuestros. Además, estoy encantado de que los señores Bartók, Kodály y sus discípulos sean Húngaros, y lo muestren  de manera inconfundible en su música.
(…)
Además, no creo necesario que la música francesa, de cualquier valor, predomine  en Francia y sea propagada al exterior.”

La impresionante lista de correspondientes de Ravel es fiel reflejo de la efervescencia musical del París del primer tercio  del siglo XX, incluyendo a  figuras como Stravinsky, Falla, Viñes, Milhaud, Honneger, Vaughan Williams, Koechlin, Fauré, Casella y Satie entre muchos otros.




Los cordiales términos con los que se dirige a Stravinsky o a Falla dan muestras de su aprecio por muchos de sus colegas y sus músicas. En una interesante entrevista publicada en el ABC el 1 de Mayo de 1924 llega a decir que Falla es “uno de los músicos más grandes del mundo”. En esa misma entrevista Ravel nos habla de sí mismo y de su visión del arte:


Contrariamente a la política, en el arte soy nacionalista. Sé que soy un músico eminentemente francés; hasta me proclamo clasicista. Sé también que tengo las cualidades y los defectos de los artistas franceses. Nosotros no queremos ni sabemos engendrar una obra colosal, siempre somos algo cerebrales; pero, de la limitación llegamos a menudo a la perfección. Creo que la sinceridad es el peor defecto del arte, porque la sinceridad excluye la elección. El arte tiene que corregir los defectos de la naturaleza. El arte es una mentira hermosa. Lo más interesante en el arte es vencer las dificultades. Mi maestro en la composición es Edgar Poe por el análisis de su maravilloso poema El cuervo. Poe me ha enseñado que el verdadero arte se encuentra en el justo medio entre el intelectualismo puro y los sentimientos.”

Otra de las figuras que aparecen en la correspondencia de Ravel es George Gershwin. Es bien conocida la historia del interés de Gershwin por recibir clases de Ravel, quien según la mezzo-soprano Eva Gautier no accedió a esta petición respondiendo que de ser así Gershwin “perdería aquella gran espontaneidad melódica y escribiría un mal Ravel”. Ravel sin embargo no se desentendió del asunto, y reconociendo el talento de Gershwin, se puso en contacto con la eminente pedagoga Nadia Boulanger solicitando que le admitiera como alumno (algo que finalmente no sucedería), en una misiva en la que además reafirmaba las razones por las que él había rehusado esa posibilidad:


Querida amiga:
Hay aquí un músico dotado con el más brillante, encantador y quizá más profundo talento: George Gershwin.
Su éxito mundial ya no le satisface, él aspira a algo más elevado. Él sabe que carece de los medios técnicos para lograr su objetivo. Enseñándole esos medios, uno podría estropear su talento.
¿Tendrías el coraje, que yo no me atrevo a tener, de llevar a cabo esta extraordinaria responsabilidad?



La correspondencia, ordenada cronológicamente en esta recopilación, nos va dando detalles de la génesis de las obras del músico,  su relación con sus editores y la no siempre fácil interacción con los intérpretes.

El final de la vida del compositor fue trágico.  Si la sordera podría parecer lo peor que le puede ocurrir a un músico, la afasia que desarrolló Ravel durante los últimos años de su vida me parece aún más dramática. El Dr. Théofile Alajouanine trató durante dos años al compositor y dejó constancia de la dura situación del paciente en un artículo en una revista de neurología, donde explicaba que se trataba de “afasia Wernicke de moderada intensidad, sin ninguna traza de parálisis (…) El lenguaje oral y escrito se encuentra dañado moderadamente, sin ninguna disminución intelectual apreciable. Memoria, juicio, afectividad y gusto estético no muestran ninguna discapacidad. La comprensión del lenguaje permanece mucho mejor que las habilidades orales y escritas. La escritura, especialmente, es muy defectuosa, principalmente debido a la apraxia. El lenguaje musical está todavía más dañando, pero no de manera uniforme. Existe una gran diferencia entre la pérdida de expresión musical (escrita o instrumental), y el pensamiento musical, que en comparación se conserva bien”.

La terrible impotencia que debió sentir el músico quedó reflejada cuando, tras una interpretación de Daphnis et Chloé,  entre sollozos, confió a la violinista Hélène Jourdan-Morhange: “Todavía tengo mucha música en la cabeza. No he dicho nada. Tengo mucho más que decir”.




Pese a la enfermedad Ravel mantuvo un carácter afable como demuestra esta anécdota que nos cuenta el músico Larry Adler. Adler había realizado una adaptación del celebérrimo Bolero para su instrumento, ¡la armónica! y cuando Ravel se enteró le invitó a tocarlo para él.

Me sentía privilegiado y asustado pero acepté. Sin embargo, no podía visualizarme en  pie en el salón tocando simplemente [la melodía de] el Bolero sin una orquesta que me ayudase. Decidí llevarme un disco, que había grabado en 1934 en Londres (…) Llegamos a Montfort l’Aumaury por la tarde, encontramos la casa del maestro y al minuto de entrar, el gran hombre me arrebató el disco y lo puso en el tocadiscos… en la conversación que siguió estaba convencido de que le había detestado todo, ya que fue muy crítico con los cortes que había hecho y con el tempo que había usado. Yo estaba tan incómodo que hice algo que nunca había hecho ni nuca volví a hacer, le pedí que me firmase un autógrafo en el disco… Para mi sorpresa me dijo que había pensado que el disco era un regalo para él. En cualquier caso, continuó, tenía parálisis; no había escrito una nota en cinco años. Me disculpé, por supuesto, y le dejé el disco. Tres días después Jaques Lyon me telefoneó, “Le Maître” estaba en la tienda y quería verme de inmediato… Encontré a Ravel arropado con un gran abrigo pese a que era un día cálido, y me dijo que se había sentado en una habitación oscura durante más de una hora, y que finalmente había conseguido dirigir su mano lo suficiente como para escribir una vez su nombre, ¡y había traído esta firma a París para mí!
Algunos años después descubrí a través de sus editores americanos (...) que había dado instrucciones de que yo tenía los derechos para tocar el Bolero como quisiese, en cualquier medio, sin los habituales y extremadamente caros derechos de autor.





"A Ravel reader" nos proporciona una visión única de la personalidad del compositor, alejándonos del personaje y acercándonos al hombre, y es sin duda una lectura recomendada en su totalidad para los admiradores del gran músico francés.


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Título: A Ravel reader: Correspondence, articles, interviews
Editor: Arbie Orenstein
Editorial: Dover Libros
Páginas: 653
Año de publicación: 2003
ISBN: 0-486-43078-2

Publicado originalmente en 1990 por Columbia University Press



[1] A los 20 años Ravel había sido eximido de realizar el servicio militar debido a una hernia y debilidad general.

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